Vivir en París (1) de Juan Goytisolo.
Cuando un semanario francés me
pidió recientemente que explicase las razones por las que había escogido vivir
en París y expusiera los vínculos que me unían a la cultura francesa, me
acordé, no sin malicia, del artículo de Genet y afronte las preguntas, primero,
tranquilas; luego, cortadas e inquietas: por fin, visiblemente escandalizadas,
de mi simpática e ingenua entrevistadora.
Si vine a París, dije en
síntesis, lo hice no sólo por huir de régimen franquista y su vida intelectual
miserable, sino también buscando el contacto con una sociedad mucho más viva y
abierta que la nuestra. Cruzar los Pirineos significaba hace veintitantos años
la posibilidad de leer libremente a Proust, Gide, Malraux, Céline, Sartre,
Camus, Artaud, Bataille; ver el teatro de Genet, Ionesco, Beckett; seguir los
ciclos del gran cine francés en la cinemateca. A esta gran densidad cultural
había que sumar el atractivo de un clima de libertad política y la esperanza de
una mayor igualdad social. Saltar de Barcelona a París era, por aquellas
fechas, dejar de ver la vida en blanco y negro para aprenderla en todos sus
matices y complejidad. Pero la imagen liberal y cosmopolita que Francia ofrece
de sí mismo en el extranjero, agregue en seguida, no corresponde, por desdicha
a la que un observador lúcido percibe desde dentro. Bajo una dictadura como la
de Franco no se podía ver claramente cómo funciona una democracia europea. Las
incidencias de la guerra de Argelia y el racismo que desencadenó en la
metrópoli me mostraron los límites, carencias y contradicciones de una visión
exclusivamente etnocéntrica: desde entonces sé a qué atenerme en cuanto a los
valores de su presunta ecumenicidad. Por otro lado, la prueba del exilio
enfrenta al escritor a su propia verdad: nadie puede jactarse de salir incólume
de ella. Hay autores vinculados única y totalmente a su país de origen, para
quienes el destierro es tiempo muerto: otros se adaptan e incorporan con mayor
o menor éxito a su patria de adopción; un tercer grupo al que yo
pertenezco se sienten paulatinamente
extraños tanto al país que han dejado como a aquél en el que han fijado su
residencia. Muchos abandonan su lengua nativa y, a orillas del Sena, escriben
en francés. Esto, en mi caso, resultaba imposible: el escrito, pienso yo, no
escoge la lengua, es ésta la que le escoge a él, y para el exiliado la lengua
se convierte en su patria auténtica. El francés no ha sido jamás para mí un
instrumento de trabajo, sólo un vehículo de comunicación social.
Hablemos del presente dijo mi
entrevistadora ¿Qué atracción ejerce sobre usted la cultura francesa? ¿se
identifica usted con algún grupo preciso de escritores? Le interesa la vida
literaria de Montparnasse y Saint-Germain des Prés?
Comentarios
Publicar un comentario