El deseo de aprender
Desde hace siglos la vida intelectual ha sido caracterizada como aquel tipo de vida en
el que toda la actividad de la persona está conducida por el amor a la sabiduría, por el amor
sapientiae renacentista, por la búsqueda de la verdad. Lo que más nos atrae a los seres
humanos es aprender: "Todos los hombres por naturaleza anhelan saber", escribía Aristóteles
en el arranque de su Metafísica. Como el aprender es actuación de la íntima espontaneidad y
al mismo tiempo apertura a la realidad exterior y a los demás, la vida de quienes tienen esa
aspiración a progresar en la comprensión de sí mismos y de la realidad, resulta de ordinario
mucho más gozosa y rica. No hay crecimiento intelectual sin reflexión, y en la vida de
muchas personas no hay reflexión si no se tropieza con fracasos, conflictos inesperados o
contradicciones personales. La primera regla de la razón —insistió Peirce una y otra vez— es
"el deseo de aprender"; y en otro lugar escribía: "La vida de la ciencia está en el deseo de
aprender". La experiencia universal muestra que quien desea aprender está dispuesto a
cambiar, aunque el cambio a veces pueda resultar muy costoso.
El aprendiz progresa cuando centra su atención en tres zonas distintas de su actividad: espontaneidad, reflexión y corazón. Están las tres íntimamente imbricadas entre sí. Quizás esto se advierte mejor en su formulación verbal activa: pensar lo que vivimos (reflexión), decir lo que pensamos (espontaneidad), vivir lo que decimos (corazón). Esas tres áreas pueden ser entendidas como tres ejes o coordenadas del crecimiento personal. Podrían denominarse también asertividad, que es el trabajo sobre uno mismo para ganar en protagonismo del propio vivir: es independencia afirmativa, confianza en las propias fuerzas, conocimiento de la potencia del propio esfuerzo; creatividad, que es el esfuerzo por reflexionar, por escribir, por fomentar la imaginación, por cultivar la "espontaneidad ilustrada": lleva a convertir el propio vivir en obra de arte; y corazón, que es la ilusión apasionada por forjar relaciones comunicativas con los demás, para acompañarles, para ayudarles y sobre todo para aprender de ellos: el corazón es la capacidad de establecer relaciones afectivas con quienes nos rodean, relaciones que tiren de ellos —¡y de nosotros!— para arriba.
El aprendiz progresa cuando centra su atención en tres zonas distintas de su actividad: espontaneidad, reflexión y corazón. Están las tres íntimamente imbricadas entre sí. Quizás esto se advierte mejor en su formulación verbal activa: pensar lo que vivimos (reflexión), decir lo que pensamos (espontaneidad), vivir lo que decimos (corazón). Esas tres áreas pueden ser entendidas como tres ejes o coordenadas del crecimiento personal. Podrían denominarse también asertividad, que es el trabajo sobre uno mismo para ganar en protagonismo del propio vivir: es independencia afirmativa, confianza en las propias fuerzas, conocimiento de la potencia del propio esfuerzo; creatividad, que es el esfuerzo por reflexionar, por escribir, por fomentar la imaginación, por cultivar la "espontaneidad ilustrada": lleva a convertir el propio vivir en obra de arte; y corazón, que es la ilusión apasionada por forjar relaciones comunicativas con los demás, para acompañarles, para ayudarles y sobre todo para aprender de ellos: el corazón es la capacidad de establecer relaciones afectivas con quienes nos rodean, relaciones que tiren de ellos —¡y de nosotros!— para arriba.
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